Por Simón Bellido
Cuando anunciaron el inicio de la adaptación a formato serie de la saga The Witcher, basada en los libros de Andrzej Sapkowski, grité como un verdadero fanboy histérico. Las emociones fluyeron por todos los poros de mi piel e hiperventilé hasta marearme.
Luego llegó el casting. ¡¡¡Lo más importante!!! y, como la gran mayoría del fandom, no terminaba de ver a Superman (Henry Cavill) con peluca blanca, encarnando a Geralt de Rivia. ¡Eh, tranquilos! La productora ya había maquinado una cortina de humo para desviar la atención de la peluca y, en el primer cartel promocional, su culo causó furor, eclipsando el hecho de que pareciese más bien un elfo sacado de El Señor de los anillos.

Pero no solo de Geralt se nutre The Witcher, porque todavía debían escoger a una Yennefer de Vengerberg que combinase con los glúteos de Cavill. La elegida fue Anya Chalotra, y las primeras imágenes que vimos de la hechicera tampoco nos entusiasmaron sobremanera. Quizá fueron sus rasgos con dejes exóticos, quizá fue mi propia imaginación, pero no terminaba de convencerme…
Faltaba Cirilla de Cintra, la princesa albina, madre de drago… ¡Oh, que eso es de otra serie! Poseedora de la espada Tormentos…. ¡Oh, que eso es de otros libros! Freya Allan fue la escogida para interpretar a la Leoncilla de Cintra y quizá fue la actriz del elenco que más se parecía al personaje que iba a defender…

Luego está lo de Triss… Me niego a mencionar esa rutilofobia camuflada de integración racial.
Pero vayamos a lo que nos interesa, la comparación entre los dos Brujeros, el de papel y el de fotogramas.
Quizá, lo que más me llamó la atención de la serie es la discontinuidad temporal, desorientadora pero a la vez necesaria. La acción en El último deseo, segundo libro publicado de la saga de Geralt de Rivia, pero primero cronológicamente, también transcurre entre presente y pasado, aunque no a tan gran escala como en la serie, donde se narran acontecimientos muy lejanos en el futuro respecto al primer libro (por ejemplo La Masacre de Cintra).
Otra de las discrepancias más notables –para mi la más importante– es la ausencia de esa atmósfera de cuento clásico, con la que Sapkowski relata las misiones del Brujo. Así, por ejemplo, perdemos la perspectiva de todo lo sucedido con Renfri, que no deja de ser una versión macabra del cuento de Blancanieves.
También hay diferencias de menor nivel, perdonables, y cuya única finalidad ha sido elevar la intriga en la serie. Por ejemplo, la investigación sobre la estrige de Temeria (no voy a entrar en detalles, para evitar spoilers), donde Geralt ha de investigar las intrigas del Rey Foltest. En el primer cuento de El último deseo esas mismas intrigas son por todos conocidas ya que se revelan justo al inicio de la misión.

Por último, las diferencias de menor nivel recaen en la elección o caracterización de los actores (menos lo de Triss, eso debería haber sido pecado mortal). Calanthe, la Leona de Cintra, madre de Pavetta, abuela de Cirila, interpretada por Jodhi May en la serie, rompe el linaje de rubios Targaryen –en la serie es morena, mientras que en los libros es igual que su hija y, por ende, que su nieta– pero, ¿importa? ¡No! Ya que su interpretación eclipsa cualquier diferencia con la historia de Andrzej.
Entonces ¿Es The Witcher una buena adaptación de las novelas de Sapkowski?
Partiendo de la base de que no soy ningún profesional, pero sí miembro del target al que va dirigida la serie, me aventuro a afirmar que sí con rotundidad. He disfrutado leyendo, me ha cuadrado todo lo que he visto y la devoré en un fin de semana. Ha cumplido altamente las expectativas que había depositado en la serie, y lo más importante, seguiré hiperventilando cual fanboy hasta que anuncien la segunda temporada.
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