
- Título: Los testamentos
- Autora: Margaret Atwood
- Editorial: Salamandra
- Formato: rústica con solapas
- Nº de páginas: 506
- Idioma original: inglés
- Traducción: Eugenia Vázquez Nacarino
- Ilustración de cubierta: Noma Bar / Dutch Uncle
- Fecha de publicación: octubre 2019
- Fecha de lectura: enero 2020
- Enlace de compra: Cyberkdark
Los testamentos se presenta como la continuación de El cuento de la criada (Salamandra, 2017), novela de Atwood que se publicó originalmente en 1985 y ganó el Premio Arthur C. Clarke en 1987. Gracias a la serie de televisión homónima, estrenada en nuestro país en 2017, ha sido «rescatada» del relativo olvido en el que había caído –la última edición en nuestro país anterior a esa fecha data de 2008, según los datos que he podido consultar en La Tercera Fundación (¡gracias, amigos!)– y ha llegado al público general, más allá de los aficionados al género, lo cual siempre es de agradecer.
Y digo «se presenta como» continuación y no «es la continuación» de El cuento de la criada, porque creo que es al mismo tiempo secuela y precuela del mismo: parte de los hechos que narra ocurren años después del final del primer volumen, pero el libro también nos lleva al momento más turbulento de la historia de Gilead, el golpe de estado y el nacimiento de esa teocracia totalitaria en la que se convirtieron los Estados Unidos de América.
La historia está narrada en primera persona y «a tres voces». Esta multiplicidad de puntos de vista es uno de los grandes atractivos que le he encontrado a la novela. Las tres voces corresponden a tres mujeres: una joven nacida y criada en Gilead, que ha «mamado» desde la cuna la sumisión de las mujeres y las estrictas normas gileadianas; una adolescente criada en Canadá, país vecino, cuyos padres son activistas contra el totalitarismo de Gilead; y, quizás el personaje más interesante y complejo, una de las Tías Fundadoras de Gilead.

Agnes es hija de un Comandante y recibe la «educación» reservada a las niñas más privilegiadas de Gilead, en una escuela regentada por las Tías. Desde muy pequeña la educan y la preparan para afrontar su destino en la vida: ser una Esposa, como a la mayoría de sus compañeras. Su narración es desgarradora precisamente por la naturalidad con que describe los métodos de adoctrinamiento de las Tías y asume sus enseñanzas. No ha conocido otra cosa en su corta vida.
Espero que tengáis presente, además, que todos sentimos nostalgia del cariño que hemos recibido en la niñez, por aberrantes que puedan parecerles a otros las condiciones que rodearon esa infancia.
Margaret Atwood. Los testamentos. Pág. 17
Daisy es una adolescente que vive en Canadá, territorio que, por su proximidad geográfica, recibe visitas frecuentes de las Perlas, jóvenes misioneras gileadianas que tratan de reclutar mujeres en edad fértil para convertirlas a su fe y llevárselas a su país. Como todos los canadienses, Daisy es consciente de la represión que reina al sur de sus fronteras y la rechaza. Una tragedia familiar, junto con ciertas revelaciones sobre su propio pasado, la llevará a implicarse en el activismo clandestino contra el régimen opresor del país vecino.
Habíamos estudiado tres unidades sobre Gilead en la escuela: era un lugar terrible, terrible, donde no permitían a las mujeres trabajar o conducir un coche, y donde obligaban a las Criadas a quedarse preñadas como las vacas, salvo que las vacas recibían un trato mejor.
Margaret Atwood. Los testamentos. Pág. 61
Tía Lydia es una de las cuatro Tías Fundadoras de Casa Ardua, responsables de la educación y control de la mitad femenina de Gilead. Nacida en los Estados Unidos de América, mujer luchadora y ambiciosa, llegó a ser juez a pesar de sus humildes orígenes y su familia desestructurada. Su narración es, quizás, la más devastadora de las tres. Relata cómo vivieron las mujeres el golpe de estado, cómo todos sus derechos, incluso su humanidad, les fueron arrebatados en un instante… Y todo lo que vino después, hasta convertirse en Tía Lydia.
Precisamente una de las incógnitas que permanecen tras leer El cuento de la criada es: ¿cómo se ha podido convertir un país moderno y desarrollado como los Estados Unidos en algo tan retrógrado como Gilead? ¿Cómo es posible que el régimen permanezca? ¿No debería haber una resistencia organizada? ¿Cómo no ha estallado una revolución, cómo es que nadie se ha rebelado contra tanto atropello? Tía Lydia proporciona las respuestas a todas estas preguntas en Los testamentos.
Las tres voces van componiendo una historia en la que el pasado y algunos de los hechos narrados en El cuento de la criada tienen un gran peso, aunque se puede leer sin problemas de forma independiente. Quien haya leído el libro anterior reconocerá antes los acontecimientos y personajes a los que se alude, y quien no lo haya hecho se irá formando su composición de lugar más lentamente, pero no se perderá nada.
Uno de los rasgos más destacables de este libro es precisamente el contraste que ofrecen esas tres narraciones, paralelas y entrelazadas, de la misma historia. Cada una de las narradoras tiene un punto de vista muy diferente sobre Gilead y lo que allí ocurre. Daisy lo observa todo desde fuera, desde una posición ajena, parecida a la que podría adoptar el lector. Agnes lo vive desde dentro y sin ninguna referencia externa con la que poder comparar su realidad. Y Tía Lydia lo ve todo desde aún más dentro, pues no solo vive dentro del régimen, sino que ha contribuido a hacer de él lo que es.

Desde luego, Tía Lydia es el personaje central de la novela. A su alrededor pululan el resto de personajes, incluidas Agnes y Daisy. Ella los maneja a todos con hilos invisibles, tejidos a base de secretos vergonzosos, intrigas, hipocresía, disimulo, mentiras y medias verdades. Todo ello en aras de un plan maestro que nos va revelando con cuentagotas, dejándonos siempre con la duda de si será capaz de culminarlo o no.
Los testamentos es un libro de ritmo lento y reposado, casi todo el tiempo. Cada narradora se detiene en contar multitud de pequeñas anécdotas aparentemente inconexas, pero todas encuentran su trascendencia en el conjunto de la novela. A medida que se acerca el desenlace de la historia el ritmo narrativo se acelera hasta llegar a un final que puede parecer precipitado, pero solo lo parece. La narración no puede darse por terminada hasta haber leído el epílogo.
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