
- Título: La ciudad justa
- Autora: Jo Walton
- Editorial: Duermevela
- Formato: rústica con solapas
- Disponible en e-book: sí
- Nº de páginas: 464
- Ilustración de cubierta: Paula Zamudio
- Traducción: Blanca Rodríguez
- Fecha de publicación: septiembre de 2021
- Fecha de lectura: septiembre de 2021
- Enlace de compra: web de la editorial
Hoy te quiero hablar de un libro diferente, y que me ha gustado mucho precisamente por eso, por lo que lo diferencia de otros libros de fantasía. Empiezo explicándote un poco el título que le he puesto a la entrada. Si te hablo de ciencia ficción de ideas, seguro que lo entiendes sin problemas: me estaría refiriendo a esos libros que contienen un novum sorprendente que constituye su centro de gravedad, a veces restando protagonismo a la historia en sí o a los personajes. Muchos aficionados a la ci-fi prefieren este tipo de obras frente a otras más «ligeras», que ponen el énfasis en una trama absorbente, en los personajes y en la acción. A mí me parecen tan plausibles unas como otras, teniendo en cuenta que persiguen objetivos distintos, así que no lo comento para entrar en polémicas, sino porque La ciudad justa es un libro de fantasía, pero de ideas, no de trama. Y esto es lo que lo hace tan especial.
El planteamiento de la historia ya se sale bastante de lo corriente: Apolo y Atenea deciden fundar una ciudad justa siguiendo al pie de la letra las indicaciones de La República de Platón. Para ello, trasladan a una isla a filósofos y pensadores de todas las épocas de la historia, para que sean los guardianes, y compran niños esclavos de diez años para que crezcan y se formen en el ambiente controlado y racional de la ciudad y según los preceptos platónicos. Para los trabajos físicos más duros contarán con la ayuda de los trabajadores, robots traídos a la isla desde el futuro. De esta manera, niños y guardianes pueden centrarse en perseguir la excelencia.
A partir de ahí, y siguiendo el punto de vista de unos cuantos personajes centrales –el propio Apolo, Simmea, una de las niñas, y Maya, una guardiana procedente del siglo XIX– el libro nos va contando a través de sus más de 400 páginas cómo se desarrolla la ciudad, las dificultades que van surgiendo a medida que los niños crecen y, sobre todo, a partir de la llegada de Sócrates, con su irritante costumbre de cuestionarlo todo.
Lo cierto es que en La ciudad justa no hay mucha acción. No hay graves conflictos, batallas, traiciones, intrigas palaciegas ni héroes destinados a alcanzar la gloria. Tampoco hay magia, personajes con poderes ni seres fantásticos, aparte de los dioses griegos, claro. Si es eso lo que buscas en los libros de fantasía, este no es para ti. En cambio, si te gustan en general los libros que te hacen pensar, te vas a poner las botas, porque la autora, a través de sus personajes, no deja de plantear preguntas, una detrás de otra.
La primera pregunta que surge, y quizás la central del libro es: ¿es posible la utopía? Porque ese es el objetivo inicial, construir una ciudad utópica a partir de cero, un lugar donde reinen la justicia y la armonía y las personas puedan convertirse en la mejor versión de sí mismas. En esa ciudad ideal se vive en comunidad, compartiendo los recursos de forma racional, las cuestiones importantes se someten a debate y las decisiones más sensibles se toman en asamblea. Sin embargo, pronto surgen «pequeños problemillas» que no tienen fácil solución y que pueden llegar a poner en cuestión la propia validez del proyecto.
Seguramente, un par de párrafos más arriba, haya una frase que te ha chirriado. A mí misma me chocó al escribirla, pero ahí la dejé, para llamar ahora tu atención sobre ella: ¿deciden fundar una ciudad justa y compran niños esclavos? Vaya porquería de justicia, ya de mano, ¿no? Es otra de las preguntas que Jo Walton deja abiertas, y todas las consideraciones al respecto, favorables o contrarias, las pone en boca de dos de esos niños: Simmea, a pesar de haber contemplado cómo los esclavistas asesinaban a su familia para llevársela a ella, abraza con pasión las enseñanzas de los guardianes y trabaja denodadamente para alcanzar la excelencia y por el objetivo común de construir la Ciudad Justa. Su amigo Cebes, en cambio, nunca llega a aceptar su destino y se rebela continuamente contra lo que es, evidentemente, una violación de su libertad y de su capacidad para elegir su propio camino. ¿Cuál de los dos tiene razón, quién está haciendo lo correcto? ¿Los dos, quizás? ¿O ninguno, porque nunca tuvieron la oportunidad de elegir otra cosa?

El tema central, al final, se reduce a esto: ¿es posible la justicia cuando las personas no tienen derecho a elegir? Quizás esta ciudad utópica está construida sobre una contradicción básica, al menos desde nuestro punto de vista del s. XXI. Seguro que a Platón le parecía completamente lógico, del mismo modo que creía que las mujeres no podían ser filósofas. Pero a lo largo del libro aparecen muchos más temas interesantes: el amor verdaderamente altruista, platónico, o agapē, frente a la amistad o el amor erótico; de dónde vienen las almas, que es solo una forma arcaica o poética de preguntarse qué es lo que nos hace humanos –en esta pregunta cobran especial relevancia los trabajadores–; la pertinencia de la mentira piadosa, y si es posible la existencia de un gobierno justo basado en el engaño; la eugenesia y un largo etcétera de cuestiones de índole filosófica o ética que se plantean en el día a día de esta ciudad justa y que la autora transmite a través de interesantes diálogos.
Aunque la haya calificado como fantasía «de ideas», La ciudad justa es también, indudablemente, una novela de personajes. Además de caracterizarlos con mucho tino, Walton aprovecha magistralmente el hecho de que provengan de épocas diferentes de la historia, con visiones radicalmente distintas sobre muchas cuestiones. El personaje de Maya resulta especialmente entrañable: en el siglo XIX, su época natal, era una indaptada, una mujer amante del estudio y de la filosofía que debía limitarse a cumplir con el papel impuesto de dama de sociedad. En la ciudad, en cambio, puede dedicarse a su pasión con total libertad y en igualdad de condiciones con sus compañeros varones.
Además de los personajes estrictamente imaginarios, en La ciudad justa se dan cita también unas cuantas figuras históricas, todas ellas relevantes en el campo de la filosofía. De todos ellos, indudablemente, el que más apreciarás será Sócrates, ese tábano o mosca cojonera –con perdón– que siempre está haciendo las preguntas que nadie quiere –o puede, o sabe– contestar.
A estas alturas de la reseña, a lo mejor estás pensando que La ciudad justa es un libro aburrido, en el que no pasa nada, y que si no estás al día de las ideas platónicas no le vas a pillar el tranquillo. Nada más lejos de la realidad. No hace falta leerse La República de Platón antes de empezar este libro. Toda la información pertinente va apareciendo a medida que es necesaria, y de forma natural, mediante las acciones y diálogos de los personajes. Y sí que pasan cosas, solo que no son las típicas de las novelas de fantasía y acción, sino sencillamente las esperables cuando reúnes en una isla a un montón de filósofos de todas las épocas, les das robots del futuro –nadie sabe cómo funcionan– y les encargas la tarea de educar a un millar de niños en los preceptos platónicos. ¿Qué podía salir mal?
Por otro lado, el libro cuenta con un interesante prefacio de Rebeca Cardeñoso, en el que además de hablarnos de la autora y de cómo llegó a concebir esta novela, también describe con cuatro pinceladas los rasgos principales de esa ciudad ideal concebida por Platón. Los detalles ya se van descubriendo a medida que avanza la lectura del libro. Al principio esos detalles parecen meras curiosidades, pero poco a poco van cobrando mayor relevancia, pues precisamente en las menudencias del día a día es donde radica la dificultad para alcanzar la perfección.
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