
- Título: Pakminyó
- Autora: Felicidad Martínez
- Editorial: Cerbero
- Formato: tapa dura, epub, mobi
- Nº de páginas: 685
- Ilustración de cubierta: PREZ
- Fecha de publicación: julio 2019
- Fecha de lectura: enero 2020 (versión digital)
- Enlace de compra: web de la editorial
Seguramente la mayor parte de lectores habituales de género conoce a Felicidad Martínez por sus textos de ciencia ficción: La mirada extraña (Sportula, 2016), La textura de las palabras (Cazador de ratas, 2018) u Horizonte lunar (Sportula, 2014), entre otras. Yo tuve mi primer acercamiento a esta autora a través de La mirada extraña y el proceso de disección que siguió a la lectura.
Esta obra, premiada con dos Ignotus en 2017 –mejor antología y mejor novela corta por En tierra extraña– me pareció bastante dura, porque cuenta historias crueles, de forma cruda y directa, sin paliativos ni paños calientes. Habla de guerras, de razas esclavizadas por otras razas, de especies inteligentes que se extinguen sin remedio… Así que me quedé con la idea de que Felicidad era una autora sobresaliente y un tanto «oscura», si se me entiende la expresión.
Y, de pronto, publica este libro con la Editorial Cerbero, con un título que aparece en la cubierta escrito con letras de colorines y con ilustraciones, en portada e interiores, que incluyen personajes que parecen de dibujos animados. Y pensé: «¿eh? Pero, ¿esto qué es?». Después, a través de redes sociales y reseñas en blogs, supe que la inspiración del libro eran precisamente las series y películas de animación japonesa.
Con cualquier otra obra de Felicidad me hubiese lanzado directamente a comprarla y leerla. Con Pakminyó me lo pensé mucho. Son casi 700 páginas y no soy especialmente aficionada al anime. ¿Y si me perdía por el camino, por no entender las referencias? Peor aún ¿y si no me gustaba nada de nada?
Pero tenía mucha curiosidad por ver cómo encaraba Felicidad Martínez una novela de fantasía, habiéndola escuchado decir en alguna ocasión que estaba harta de la fantasía de siempre. Así que me la compré y… Me la leí en tres sentadas. Y disfruté como una enana.
Mis reticencias iniciales con el anime resultaron estar totalmente infundadas. Es cierto que la novela bebe directamente de la animación japonesa, y Felicidad la ha escrito de forma tan visual que leerla es como estar viendo ese tipo de dibujos animados. Yo creía que no tenía ninguna clase de cultura anime y que no iba a saber apreciarlo, pero sorprendentemente –al menos para mí– me venían a la cabeza imágenes de Pokemon, Oliver y Benji o Los Caballeros del Zodiaco. Resulta que sí he visto series del estilo, algunas de jovencita y otras ya de mayor, con mis hijos. Y son referencias suficientes para apreciar lo que hace la autora de Pakminyó.
La inspiración en estas series que menciono va más allá de lo meramente visual. Recuerdo claramente de la serie Campeones: Oliver y Benji el conjunto de valores que intentaba transmitir: la amistad por encima de la rivalidad, el trabajo en equipo, la solidaridad y el compañerismo, anteponer el bien colectivo a la gloria individual… Todos estos son rasgos que aparecen también en Pakminyó y cuyos personajes más jóvenes van asimilando poco a poco.
El otro elemento que me había hecho fruncir el ceño eran las ilustraciones de PREZ, tan coloristas que yo no podía asociarlas de ninguna manera a mi idea preconcebida sobre el estilo literario de la autora. Pero una vez leída la novela, entiendo que esas ilustraciones no podían ser de otra manera. Los personajes de Pakminyó se caracterizan por su diversidad, en todos los aspectos. Hay diversidad de género: personajes masculinos, femeninos, neutros y fluidos; pero también hay diversidad en cuanto al color de la piel, del cabello y de los ojos. Creo que todos los colores del arco iris están representados en la novela. Así que, en realidad, las ilustraciones son todo un acierto, y coherentes con el contenido del libro.
Volviendo a mis prejuicios, yo ya asumía como «marca de la casa» de Felicidad su crudeza descarnada a la hora de contar historias oscuras y crueles. Pues, de nuevo, me equivocaba. Pakminyó no es oscura en absoluto. Al contrario, derrocha «buen rollo»: los personajes se dan achuchones y mimos –literalmente–, lloran de alegría y también de emoción, se ayudan mutuamente, se sacrifican sin dudar por el compañero o compañera que lo necesita… Así que no, Pakminyó no es una novela para sufrir leyéndola, sino una novela para pasarlo bien, para ponerse de buen humor y creer que el mundo podría ser de otra manera. Mejor.
Más allá de la sorpresa de leer una novela de Felicidad Martínez con mensaje positivo y colorines en la portada, he de decir que no por eso se dejan de apreciar rasgos característicos de la autora. Uno de los más reconocibles es la preocupación por la construcción del lenguaje. En el prólogo de Laura S. Maquilón ya se nos advierte de lo que vamos a encontrar en las páginas de Pakminyó: un lenguaje inclusivo, con la utilización de la e para referirse al género neutro, al fluido y al conjunto de los géneros cuando se habla en plural; y el uso de sufijos de tratamiento en los nombres propios, inspirados en la lengua coreana, que sabemos que Felicidad domina, gracias a la disección de La mirada extraña.
Hay muchos otros elementos en la novela que hacen de ella una lectura altamente recomendable, además de la sensación de gustito que deja en el cuerpo. Me parece muy interesante la forma en que Felicidad plantea el tradicional enfrentamiento entre magia y ciencia (sapiencia): en el mundo de Pakminyó, desde hace miles de años, nadie trabaja con sus manos. Para todas las tareas imaginables, se invoca –mágicamente– a los transformadores, criaturas que recuerdan inevitablemente a los Pokemon, capaces de realizar todo tipo de tareas.
Esta utilización universal de la magia ha derivado en una dependencia absoluta de la misma. Nadie en Bolgú sabe hacer la o con un canuto, si no es usando transformadores. La eusociedad se divide jerárquicamente de forma que tiene mayor prestigio y poder quien mayor control de la magia posee. Quienes no tienen capacidad de invocar transformadores –carecen de conexión con la magia– son inútiles para la sociedad y se convierten en descastades, abocados a mendigar y vivir de la caridad ajena.
Sin embargo, alguien está organizando a les descastades y enseñándoles a fabricar objetos con sus manos –manucrear–. No es magia, es sapiencia, conocimientos perdidos en un pasado muy remoto que, al ser recuperados, prometen ser la panacea que puede curar los peores males de la sociedad bolgunesa. Les descastades podrán valerse por sí mismes, recuperar su dignidad perdida e incluso superar en algunos aspectos a quienes dependen de la magia para todo.
Pero como toda tecnología, la sapiencia no es intrínsecamente buena ni mala, como tampoco lo es la magia. Todo depende del uso que se le dé. ¿Y si utilizamos la sapiencia para crear armas? ¿Y si usamos esas armas para imponer nuestra voluntad? Y ahí tenemos el conflicto principal que promete ser el hilo conductor de la trilogía que comienza con esta primera parte.
Porque sí, este libro es solo el primero de una saga, y esa es la principal –y única– pega que le veo. No es que tenga un final abierto. Es que se acaba en un momento crítico de la historia, dejando al lector prácticamente ojiplático y deseando que se publique la segunda parte.
Lo tengo en la pila digital esperando desde que me hice con el bundle de Cerbero. Como tú, siento curiosidad, porque aunque no he leído casi nada de Felicidad, la asocio a la cifi hard en toda regla. Aunque también, gracias a Twitter, al mundo del anime y cine coreano. Por ese lado creo que me pillará aún más de cerca que a tí. Un placer leerte. Espero que caiga pronto en sus garras, cuando necesite esa dosis de buen rollo 🙂
Pues si yo disfruté como una enana, tú vas a disfrutar como un batallón de ellos 🙂