
- Título: Huella 12
- Autora: Eva G. Guerrero
- Editorial: Apache
- Formato: rústica con solapas
- Nº de páginas: 368
- Ilustración de cubierta: Juan Miguel Aguilera
- Fecha de publicación: noviembre 2020
- Fecha de lectura: diciembre 2020
- Enlace de compra: web de la editorial
Huella 12 es la primera novela de Eva G. Guerrero y con ella hace una entrada por todo lo alto en el panorama de la ciencia ficción en formato largo en nuestro país; apadrinada, además, por uno de los grandes: Juan Miguel Aguilera. El padre, junto a Javier Redal, del universo Akasa-Puspa, no solo ha escrito el prólogo y creado la cubierta del libro, sino que también le ha regalado a la autora el nombre para el escenario de su novela, el planeta Sargazia. Pero solo eso, el nombre, porque todos los detalles de este gigante acuático y sus doce lunas son obra de la portentosa imaginación de Eva.
Si tuviera que describir esta novela con una sola frase, diría precisamente que es todo un alarde de imaginación. No solo por el rico mundo en el que se desarrollan las historias –sí, en plural– de Huella 12, sino también por la idea central de la novela –de la que te hablaré en un par de párrafos– y por la forma en que Eva ha sabido conjugar el «paisaje» y la narración para contar una historia única a través de episodios autoconclusivos, casi como relatos, pero sabiamente entrelazados.
Podría hablarte del planeta Sargazia, un gigante acuático –un océano sin continentes–, y sus doce lunas con personalidad propia, esa parte del universo de Akasa-Puspa en la que se desarrolla esta novela, para después pasar a comentar de qué va la historia. Pero, como decía antes, ambos aspectos están tan entrelazados que cometería un error imperdonable al intentar separarlos, así que me lanzo de lleno a comentar y ya irás viendo lo que quiero decir.
De acuerdo con la sinopsis, Huella 12 podría encajar como techno-thriller. Sus protagonistas son un equipo de agentes comandado por la doctora Luna Bárladay, entrenados para vestir el velo: una sustancia compuesta por nanobios que se extiende por toda la piel y sirve al mismo tiempo como traje de vacío y para insertar las huellas de temperamento de otras personas en los tálamos cerebrales de los agentes. Con este instrumento son capaces de sentir las emociones de los sospechosos y utilizarlas para descubrir la verdad detrás de cada caso.

Sin embargo, Huella-12 es mucho más que un techno-thriller. Es toda una space opera narrada por fascículos, cada uno de los cuales es una pequeña maravilla en sí mismo. Y es que los integrantes del equipo no se enfrentan a un caso único a lo largo de toda la novela, sino que resuelven 9 casos distintos, y aquí es donde encuentro una de las primeras genialidades del libro.
Cada uno de estos casos se narra en un capítulo que lleva como título el nombre de alguna de las lunas de Sargazia. Cada una de ellas tiene unas características perfectamente definidas que la hacen única. En las que están habitadas se han desarrollado también sociedades muy particulares. Por lo tanto, cada uno de los casos de nuestro equipo de Huella 12 transcurre en un escenario muy diferente y sus componentes han de enfrentar peligros de muy diversa naturaleza. Y esta original estructura la aprovecha la autora de forma muy inteligente para ofrecernos aventuras de tono y sabor muy variado, para tratar multitud de temas distintos y, ya de paso, mostrarnos el mundo que ha imaginado.
Así, tenemos un caso que transcurre en una ciudad errante, un barco de tamaño descomunal que navega sin descanso por el mar infinito de Sargazia, y en el que nuestro equipo de agentes se enfrentará a desconocidas formas de vida inteligente. En otra ocasión, aprovecharán las potencialidades que les ofrece el velo para montar una mascarada digna de Los Vengadores o Misión: Imposible –en ambos casos me refiero a las series de televisión de los años sesenta.
Hay también un explícito homenaje a Arsenio Lupin, el ladrón de guante blanco, y a las novelas de detectives más clásicas; incluso una mezcla de El silencio de los corderos con una especie de estado islámico zombificador. También encontramos terrorismo ecologista, sectas que ofrecen sacrificios humanos, un velo asesino en una luna muy parecida al Hollywood actual, protohumanos demasiado interesados en la ciencia en un capítulo que se aproxima mucho al terror… La lista se hace larga y no quiero entrar en excesivos detalles sobre cada uno de los casos, porque lo mejor es que te leas la novela y los descubras por tu cuenta.
Sin embargo, sí que quiero destacar el enorme esfuerzo –con resultado brillante, por otra parte– que debe haber hecho la autora para caracterizar cada una de estas sociedades. Aunque todas están muy detalladas y son interesantes, algunas destacan con luz propia, como la sociedad tribal y profundamente machista del planeta Ksatraloka, del que es nativo uno de los personajes principales y cuyo pasado reaparece en uno de los capítulos.

A pesar de esta fragmentación aparente en capítulos independientes, Huella 12 tiene una trama única que justifica la narración de cada uno de los casos y cuyo final se augura desde el mismo principio de la novela –aunque no se desvelará del todo hasta el último momento–. Los motivos que hay detrás de esos augurios permanecen ocultos y se van desvelando con cuentagotas a lo largo de las 12 entregas y sus interludios, por lo que la intriga está asegurada por partida doble.
Huella 12 es, por lo tanto, una novela que narra una sola historia –que tiene mucho que ver con el uso y abuso del poder y también con la empatía o la falta de ella– dividida en reveladores episodios del pasado intercalados entre los breves pasajes que transcurren en el presente de Luna Bárladay. Cada fragmento es en sí mismo una historia autoconclusiva, una eslabón en la cadena de acontecimientos que desencadenarán el final de la novela y un vistazo a Sargazia y al pasado de los cinco componentes del equipo de Huella.
No hablaré de cada uno de estos personajes, porque la reseña se haría eterna, pero sí merece la pena señalar que, aunque el protagonismo de Luna es indiscutible, como jefa del equipo y elemento cohesionador, todos tienen su momento estelar en la novela y cada uno tiene una interesante historia detrás. Son personajes que brillan con luz propia.
En cuanto a la prosa de Eva G. Guerrero, casi diría que es poética, por la cantidad y la fuerza de las imágenes que la salpican. Esto no resta ritmo ni fuerza a las escenas de acción –que también abundan– y, en cambio, resulta especialmente brillante en las descripciones. Para muestra, el capítulo dedicado a la novena luna, que la autora nos deja como un pequeño regalo al final de la novela, justo antes del epílogo.
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