
- Título: Obscura 2. Diez relatos
- Autor: VV. AA.
- Editorial: Obscura
- Formato: tapa dura y digital
- Nº de páginas: 361
- Composición y diseño de cubierta: Marc Vilaplana y Verónica Rey
- Fecha de publicación: junio de 2021
- Fecha de lectura: julio de 2021
- Enlace de compra: Lektu
Tras su presentación en sociedad con el libro Obsucura. Diez relatos, el año pasado, Obscura Editorial vuelve con este segundo volumen en el que diez nuevos autores y autoras de género fantástico ofrecen su propia visión de la oscuridad. En este libro encontrarás cuentos nada menos que de Juan Miguel Aguilera, Elia Barceló, Nuria C. Botey, Emilio Bueso, Yolanda Camacho, Guillém López, Ivan Mourin, Alicia Pérez Gil, Lola Robles y Victor Sellés.
Hace un año, como expliqué en la reseña de la antología anterior, me llamaron la atención los distintos conceptos de obscuridad y los enfoques, realistas o fantásticos, que cada firmante había elegido para mostrarnos su visión particular. En este segundo libro, por supuesto, hay también diez conceptos diferentes, brevemente comentados por cada autor o autora al principio de cada texto. Pero quizás Obscura 2 sea un libro aún más ecléctico que el anterior, por la diversidad de géneros desde los que se aborda el tema.
Es tanta esa variedad que he dudado a la hora de categorizar esta reseña como «terror». Sin embargo, creo que ha sido la mejor decisión, pues si algo tienen en común todos los relatos es que giran en torno a un concepto que nos desasosiega, nos incomoda o nos causa miedo: lo obscuro, lo desconocido, lo perverso…
Así que, a la hora de comentarlos, intentaré agrupar los relatos de la forma en que yo creo que pueden encajar mejor por afinidad, aunque ya adelanto que la hibridación está muy presente en toda la antología. Por intentarlo que no quede, así que vamos allá, pero que nadie se escandalice con los títulos de las categorías que me voy a inventar.
Cuentos de fantasmas
Las apariciones de personas muertas son todo un clásico del terror y no podían faltar en una antología dedicada a la obscuridad: ¿qué hay más obscuro o desconocido que lo que nos espera más allá de la muerte? ¿Y si el más allá se manifiesta en el más acá?
En esta categoría encajaría el relato Estás muerta, de Alicia Pérez Gil, con importantes resonancias a cierta película que no mencionaré por no estropear la experiencia, pero en el que aprovecha para tocar otros temas, como el acoso escolar o la violencia de género. Es de esos cuentos que, una vez leídos, querrás volver a leer para encontrar la «trampa». Pero no la hay.

El otro cuento de fantasmas es El tren de las siete en punto, de Emilio Bueso. Ambientado en un pueblo minero asturiano en plena decadencia, nos cuenta una historia de caserón antiguo con fantasma familiar incluido que, contra lo que podría parecer, se aleja bastante de los tópicos más frecuentes en escenarios similares.
El mal acecha nuestra realidad
Es habitual encontrar en las narraciones de terror distintas encarnaciones del mal, ya sea en forma de criaturas sobrenaturales, en personas concretas, en objetos místicos o incluso en casas encantadas o poseídas por algún espíritu maligno. El propio concepto de «Mal», con mayúsculas, puede variar pero suele ser «algo» que persigue dañar o destruir al protagonista, puede que sin razón aparente, y contra lo que resulta difícil luchar, por ser demasiado poderoso o totalmente desconocido e incomprensible.
En Obscura 2. Diez Relatos, el Mal hace su aparición encarnado de muy diversas formas, pero siempre reconocible prácticamente en todos los textos. Los cuentos que incluyo en esta categoría son aquellos en los que esa aparición viene a distorsionar una realidad cotidiana y aparentemente plácida.
Un ejemplo perfecto es La novia, de Yolanda Camacho, el cuento que abre la antología. Cuatro mujeres, amigas desde la época del instituto, pero que habían perdido en parte el contacto, se reúnen para pasar el fin de semana en un complejo turístico con motivo de la inminente boda de una de ellas. Lo que comienza como una historia de reencuentro se va haciendo cada vez menos idílico al aparecer viejos rencores y ciertos detalles inquietantes. Hasta aquí puedo contar sin estropear la lectura a nadie, pero me ha gustado mucho cómo la autora consigue que la apariencia de normalidad vaya desapareciendo de forma gradual hasta llegar al realmente terrorífico final.
En Lápidas tras las paredes, de Ivan Mourin, una niña debe ir a vivir a la casa señorial de su tía abuela al quedarse huérfana. En el pueblo parece haber cierta animadversión hacia los habitantes de la casa y la protagonista, con su inocente curiosidad infantil, irá descubriendo secretos que podrían tener que ver con su propio origen. Es un relato con ciertos tintes lovecraftianos y lleno de horripilantes sobresaltos.

Otro ejemplo de normalidad asaltada por el mal es Expiación, de Nuria C. Botey. En este relato un nuevo veterinario llega a la zona montañosa del norte de León para ocuparse del ganado de varias localidades. A lo largo de todo el relato se respira el misterio, no solo por los secretos que la gente del pueblo parece ocultar, sino también por el propio pasado del protagonista. El mal se esconde donde uno menos lo espera y probablemente más cerca de lo que cree.
El último relato que incluyo en esta categoría, aunque con dudas, es Nuestra Señora de la Concepción del Gran Jaguar, de Elia Barceló. Sin duda, empieza con una situación de lo más cotidiana: una mujer española y un hombre mexicano tienen una primera cita en el apartamento de este último en una ciudad europea, donde ambos trabajan. A partir de esta premisa, la autora construye una historia oscura y violenta donde se mezclan la conquista de México por Hernán Cortés, las violaciones y asesinatos de mujeres indígenas, un posible pasado ancestral en común y quizás, solo quizás, justicia divina.
Mundos imaginarios
Hay en esta antología tres cuentos que se sitúan en mundos o lugares imaginarios y, a pesar de lo diferentes que son entre sí y de pertenecer a géneros distintos, los reúno en este epígrafe porque nos alejan en cierta medida de lo más cotidiano y exigen un pequeño esfuerzo adicional de imaginación por parte del lector.
El primero sería Oneiro, de Víctor Sellés. El título se refiere a un lugar donde, supuestamente, se dan cita de forma tácita un día al año los desahuciados, los desesperados, los que se han dado por vencidos por un lado y, por otro, los que están dispuestos a acabar con el sufrimiento ajeno. Es, quizás, el cuento más realista a la vez que insólito de este libro: lo sobrenatural no aparece por ninguna parte, pero es que no hace ninguna falta para hablar de la oscuridad ni para causar incomodidad. De hecho, es uno de los cuentos que más me ha gustado, por cómo el autor consigue transmitir ese desaliento vital, ese halo de fatalidad aceptada, y por cómo describe toda la liturgia con la que los habitantes del pueblo acogen y convierten en tradición hechos tan extraordinarios como los narrados.

Cobre, de Lola Robles, nos lleva a un mundo de fantasía, en el que una niña de piel oscura es capturada, trasladada por mar y vendida como esclava a las sacerdotisas del metal. Aunque tiene un toque metaficcional, muy disfrutable, yo entiendo esta historia como una parábola sobre el poder de corrupción que la marginación, el maltrato físico y sicológico y los propios mecanismos de autoprotección, el legítimo deseo de evitar el daño, sobre todo cuando se acompaña de la adquisición de poder, pueden ejercer sobre cualquier criatura inocente. Da para pensar y trasladarlo a situaciones mucho más cercanas de lo que sugiere a priori esta ambientación fantástica.
Por último, otro de mis relatos favoritos de esta antología: La cosecha, de Guillem López. Este autor nos lleva a un lugar incierto en el espacio y en el tiempo, pero claramente distópico. Este, junto al de Sellés, quizás sean los dos relatos más genuinamente inquietantes de todo el libro, que ya es mucho decir. Nos muestra una sociedad opresiva y alienante hasta límites inhumanos, tan perturbador por lo que nos cuenta como por lo que escamotea al lector y deja a su imaginación, que no es poco. Lo recomendable es leerlo sin mucha información previa y que cada cual saque sus propias conclusiones.
Retrofuturismo y oscura fantasía oriental
Ventana a la oscuridad, de Juan Miguel Aguilera, es relato único en esta categoría exclusiva. Hablo de retrofuturismo porque los protagonistas de este cuento son nada menos que Ada Lovelace, Charles Babbage y Eugène-François Vidocq. Estos tres personajes, a raíz de la investigación de un asesinato y de la aparición de un extraño objeto de tecnología desconocida, deberán enfrentarse a malignos enemigos procedentes de otros mundos. Acción, misterio y un cariñoso homenaje a los padres de la computación en un cuento que incluye seres de la tradición arábico-islámica.
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