
- Título: Los hilos que rompemos
- Autor: Javier Quevedo Puchal
- Editorial: Dilatando Mentes
- Formato: rústica con solapas
- Disponible en e-book: no
- Nº de páginas: 364
- Ilustración de cubierta: Raúl Ruiz
- Fecha de publicación: noviembre de 2021
- Fecha de lectura: noviembre de 2021
- Enlace de compra: web de la editorial
Hoy te traigo una novela muy diferente a las que estamos acostumbrados a leer los aficionados a la fantasía, la ciencia ficción y el terror. Tan diferente, que tengo problemas a la hora de clasificarla en cualquiera de las tres grandes categorías, aunque no me cabe ninguna duda de que pertenece a los géneros fantásticos.
Los hilos que rompemos es una novela que resulta muy dura de leer, tanto por los temas que toca como por la manera en que el autor los trata, así que «absténganse las almas sensibles». Y, sin embargo, creo que es también un libro muy pertinente: por dura que resulte la temática, mirar hacia otro lado nunca es una opción.
Una de las características que hacen tan dura la lectura es que la novela, aunque no está exactamente basada en hechos reales, sí se inspira en dos casos concretos perfectamente reconocibles y uno de los cuales tuvo en su día una enorme repercusión mediática y social: el caso de La Manada y los campos de concentración para homosexuales en Chechenia. Con esto ya te haces una idea de algunos de los temas de fondo de este libro: la homofobia, la violencia sexual y toda la hipocresía social que puede llegar a rodearla: pero también están presentes otras cuestiones como el suicidio, el acoso –no necesariamente escolar, también en el mundo adulto– y la transexualidad.
Aunque en realidad el libro no va de ninguna de esas cosas. Creo que habla más bien de asumir la propia responsabilidad en errores del pasado que nos persiguen y acosan a lo largo de los años, por mucho esfuerzo que hagamos para olvidarlos o por pensar que ya no tienen remedio, de fantasmas –reales o imaginarios– que exigen una reparación y de la liberación y la catarsis a través de la aceptación de la realidad. Como dice el título, de romper hilos que atan y que impiden la plena realización o, incluso, abocan a un futuro nefasto.
La novela se estructura alrededor de dos tramas, aparentemente inconexas, que se van alternando a lo largo de la primera parte. Por un lado, tenemos a Pandora, una mujer hemipléjica que se muda a la casa donde su amiga se quitó la vida diez años atrás, para «cerrar heridas» y escribir un libro catártico. Por otro, está Igor, un homosexual de padre español y madre chechena que admira desde niño a Marisol. Cada uno nos va contando su propia historia, en primera persona y a pequeñas dosis, lo cual redunda en un interés creciente por descubrir los pequeños secretos que los protagonistas parecen querer escatimar al lector hasta el final. Para ambos el pasado parece ser una losa que lastra su propio presente, pero se trata de universos tan alejados que, aun sabiendo que en algún momento tendrán que cruzarse, a una le resulta difícil imaginar cómo.

Y, desde luego, la forma en que ambas tramas terminan encontrándose puede calificarse de cualquier cosa menos de «esperada». En las notas finales del autor, él mismo reconoce haber utilizado «saltos narrativos» –sin red, añadiría yo– que pueden descolocar a más de un lector. Sin embargo, para esta lectora el resultado ha sido plenamente satisfactorio. No hay nada más gratificante que historias complejas que te enredan entre sus hilos y te sorprenden cuando y como menos te lo esperas. Sobre todo si, a pesar de lo inexplicable de ese salto, el autor logra suspender tu incredulidad porque ha ido abonando el campo por adelantado.
Además de esta arriesgada estructura, Los hilos que rompemos cuenta con muchos otros elementos que, en mi opinión, la convierten en una gran novela. Los personajes y las relaciones entre ellos gozan de una enriquecedora complejidad. Nada es inequívocamente blanco o negro en este libro, al igual que los protagonistas pueden resultar tan entrañables como dignos de lástima o aborrecibles a la luz de cada pequeña revelación. Exactamente como cualquier persona real.
Por otro lado, la prosa de Javier Quevedo Puchal resulta perfecta para el tono de la novela: precisa, directa, cruda cuando es necesario; los diálogos son ágiles, inteligentes y afilados y, a pesar de la alternancia entre personajes y puntos de vista, la narración nunca pierde interés, consigue atrapar gracias a esos pequeños secretos cuya existencia se adivina pero que no serán revelados hasta el final.
Decía al principio que Los hilos que rompemos es una obra dura. Lo es, sin duda, pues no hay compasión con los culpables, y yo diría que es una novela escrita desde las tripas, desde un profundo cabreo con una sociedad que puede llegar a ser tan injusta y tan hipócrita. Y, sin embargo, no es una novela pesimista ni deprimente. Al contrario, deja cierto espacio para la esperanza, gracias a la amistad y a la familia que se elige, más que a la que toca en gracia.
El otro día, alguien preguntaba por las redes sociales si contiene elementos fantásticos: la respuesta es sí, indudablemente. Solo que están tan imbricados entre recuerdos oníricos o del subconsciente y mentes presumiblemente perturbadas que muchos de ellos no dejan de ser «ambiguamente fantásticos», a elección del lector. Aunque no siempre.