Un refugio para los condenados: infernal adolescencia

  • Título: Un refugio para los condenados
  • Autor: Mike Thorn
  • Editorial: Dilatando Mentes
  • Formato: rústica con solapas
  • Nº de páginas: 238
  • Disponible en e-book: no
  • Traducción: José Ángel de Dios
  • Ilustración de cubierta: Raúl Ruiz
  • Fecha de publicación: noviembre de 2022
  • Fecha de lectura: enero de 2023
  • Enlace de compra: web de la editorial

Esta es una de esas novelas que, además de hacer disfrutar a cualquier aficionado al terror, son capaces de dejar un poso particularmente espeso en una amante del género que, además, es madre de adolescentes. Intentaré justificar esta doble afirmación por separado.

Una historia de casas encantadas

Un refugio para los condenados tiene todos los elementos de este tema recurrente en la literatura de terror. Mark, un adolescente problemático, descubre un cobertizo abandonado y decide utilizarlo como lugar de reuniones clandestinas con sus amigos, Adam y Scott, principalmente para fumar lejos de miradas indiscretas. El lugar le da tanta paz y le permite aislarse de tal forma de su conflictiva realidad, que pronto se convierte para él en una necesidad, como una especie de droga. Y, como ocurre con los estupefacientes, pronto se da cuenta de que no ha sido buena idea utilizarlo como refugio. Algo esencialmente perverso parece habitar o estar asociado de alguna forma con el cobertizo, que termina convirtiéndose en una obsesión para Mark.

A medida que transcurre la novela, la historia de Mark va alcanzando niveles cada vez más altos de horror y violencia. De alguna forma, el refugio se inmiscuye en sus sueños y en sus percepciones, para ir adueñándose poco a poco de su voluntad y así satisfacer sus insanas intenciones.

Como historia de terror, además del elemento sobrenatural encarnado en ese refugio infernal, me ha recordado por momentos a las primeras novelas de Stephen King, no solo por el hecho de reflejar las relaciones entre adolescentes de instituto y por el gusto de hacerles meterse en líos terroríficos, sino por la forma en que Thorn describe la psicología de algunos personajes. En particular, el padre de Adam, un ser violento y maltratador, podría haber sido creado por el propio maestro del terror.

Aunque, a diferencia de lo que suele ocurrir en las historias de King, donde normalmente el adolescente o joven protagonista suele ser una buena persona que se enfrenta al mal, Un refugio para los condenados es mucho más ambiguo en cuanto al carácter de Mark y sus amigos. Pero de eso precisamente es de lo que quiero hablarte en el siguiente epígrafe, así que dejémoslo por el momento.

Por otro lado, la forma en que el refugio se apodera progresivamente de Mark me ha recordado historias como La maldición de Hill House, de Shirley Jackson o La casa infernal, de Matheson, por la manera en que el mal alojado en esas míticas construcciones se aprovecha de las debilidades preexistentes en sus habitantes, ya sea para destruirlos, como en los clásicos mencionados, o para, de alguna forma, poseerlos o tranformarlos, como en esta novela de la que hablamos.

A pesar de todas estas referencias que se me vienen a la cabeza, Un refugio para los condenados me ha parecido una lectura bastante original. Como decía, la profundidad psicológica del personaje protagonista, la ambigüedad sobre su papel de héroe/villano y la naturaleza misma de ese refugio perverso le dan un aire bastante renovador a un tema que no deja de ser un clásico del terror.

Mike Thorn (foto de Anita Jeanine)

Como madre de adolescentes

Una parte importante del tiempo narrativo de la novela se dedica a describir, a través de las acciones y diálogos de los personajes, las relaciones entre los tres adolescentes y sus respectivas familias. Y de esas dinámicas, como era de esperar, la que más páginas ocupa es la de Mark procurando ocultar a sus padres lo que le está sucediendo, y los vanos intentos de estos por descubrirlo para así ayudar –o corregir–a su hijo. Y aquí es donde la novela me ha golpeado como un ladrillo en el corazoncito.

Comencé la reseña describiendo a Mark como un adolescente «problemático», pero probablemente la palabra se quede corta. Ya en el segundo capítulo protagoniza una escena violenta en el instituto, de la que al parecer ha sido el causante directo. Por lo que se nos deja adivinar, no es la primera vez que se mete en problemas de este tipo y ni siquiera sus amigos más íntimos parecen aprobar su comportamiento ni intentan defenderle. En realidad, su amistad con Adam y Scott tampoco es de las más sólidas, más bien es como si las circunstancias los hubiesen unido y ellos, sencillamente, se hubiesen dejado llevar.

Por otro lado, ninguno de los tres tiene una familia que pudiéramos llamar «ideal». El padre de Adam, como ya comenté más arriba, es una especie de psicópata calculadoramente violento y cruel. Los padres de Scott, aunque apenas si aparecen en la historia, parecen ser estrictos y controladores en exceso. En cuanto a la familia del propio Mark, aunque su madre parece bastante normalita –y lo digo porque me identifico bastante con ella, a saber si no será tan rara como yo–, el padre muestra una especie de violencia contenida que se traduce en maltrato psicológico hacia su hijo.

Y después está Mark, que les dice a sus padres y profesores lo que quieren oír y manipula descaradamente a sus amigos para lograr sus objetivos –o los del refugio–. Así que hay una diferencia brutal entre lo que se ve de Mark desde el exterior y lo que realmente le está pasando y que solo él y el lector conocen.

Aunque Un refugio para los condenados tenga ese elemento sobrenatural de la casa encantada y el ente maléfico que manipula al protagonista, si lo eliminamos y abstraemos lo que podría haber sido de Mark de no haber dado con ese cobertizo, vemos un análisis bastante duro de lo que puede ser la adolescencia. Sobre todo, la principal reflexión que saco en claro es cómo los padres y madres, desde nuestra supuesta superioridad emocional y en experiencia vital, podemos ser absolutamente incapaces no ya de entender, sino siquiera de vislumbrar, el mundo particular de nuestro adolescente. Así que la novela me ha dado mucho en qué pensar.

En definitiva, una novela de terror que va in crescendo en cuanto a violencia y horror –no siempre de origen sobrenatural– que da un aire renovado al tema ya clásico de las casas encantadas y que retrata con bastante crudeza la rebeldía adolescente y la incomprensión adulta.

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