Estudio de la penumbra: cinco ejercicios de hibridación

  • Título: Estudio de la penumbra
  • Autores: VV.AA. (Coord. Concha Perea)
  • Editorial: El transbordador
  • Formato: rústica con solapas
  • Nº de páginas: 240
  • Fecha de publicación: agosto de 2021
  • Fecha de lectura: septiembre de 2021
  • Enlace de compra: web de la editorial

Hoy quiero hablarte de esta antología de relatos escritos por alumnos de Caja de Letras, la escuela de escritura de Concha Perea y Jordi Noguera, segunda que publica Ediciones el Tranbordador –puedes encontrar la primera aquí–. En esta ocasión, el hilo conductor de los cuentos debía ser una fusión entre el género negro y el fantástico.

Cuando se habla de género negro, lo normal es que uno piense en escritores como Raymond Chandler o Dashiell Hammet y sus icónicos personajes; quizás en otros más actuales, como Michael Connelly, Don Winslow, Henning Mankell o Stieg Larsson. Si se suele leer literatura en castellano, nos sonarán novelas de Vázquez Montalbán o Andreu Martín.

Pero si uno es un poco friki, seguramente pensará en Blade Runner, en las novelas protagonizadas por Bruna Husky o en Carbono Alterado, todas ellas obras de ciencia ficción con tramas típicas del género negro o policiaco. Así que el reto para los alumnos de Caja de Letras era doble: debían hibridar dos géneros, pero seguro que querían hacerlo de una forma que a la vez fuese creíble y ofreciese algo nuevo y fresco al lector.

Vale, ¿y cuál ha sido el resultado?, te preguntarás. Pues yo diría que notable. Estudio de la penumbra contiene cinco relatos de otros tantos autores que han conseguido superar el doble reto de hibridar y sorprender. Salvo Siete vidas tiene el gato de Shrödinger, de Pepe Carabel, que podría ser clasificado como ciencia-ficción –entendida en sentido muy amplio–, el resto de autores se han decantado por la fantasía: yo clasificaría Las Tres, de Juan J. Aranda y Una desaparición en la familia, de Pau Ferrón Gallegos, como fantasía urbana. Flor de cerezo, de Olga Sanchís Terol y El caso Sotogrande, de Sergio Mullor, se decantan por una fantasía más clásica, pero ambos relatos son muy diferentes entre sí.

Como se trata solo de cinco relatos y el hilo conductor está muy claro desde el mismo momento en que se hizo la convocatoria para esta antología –el género negro–, haré una excepción a mis propias reglas –son mías y me las salto cuando quiero– y comentaré brevemente cada cuento.

Las Tres, de Juan J. Aranda

En este cuento la mitología clásica irrumpe de forma inesperada en la vida de Samuel, un celador de hospital que trapichea con hachís, en forma de tres mujeres que persiguen, por motivos oscuros, a un niño al que Samuel debe atender en su trabajo. El matiz negro en esta historia lo pone el padre del niño, turbio personaje que dispone de matones a sus órdenes y policías corruptos que aceptan sus sobornos.

La historia está llena de intriga y escenas de acción, por lo que resulta muy entretenido de leer. Sin embargo, creo que como relato corto le falta algo para resultar redondo. Probablemente, y así lo espero, este episodio forme parte o esté relacionado con la trama de una obra de mayor envergadura.

Jordi Noguera y Concha Perea, de Caja de Letras
Jordi Noguera y Concha Perea

Flor de cerezo, de Olga Sanchís Terol

Esta autora nos traslada a un mundo de corte medieval, en el que la magia es una disciplina académica. Un aprendiz de mago investiga la muerte de su hermana, víctima colateral en un intento de asesinar a la reina, de la que era confidente y guardaespaldas. Aunque la investigación de un asesinato enlaza este cuento con el género negro, también es cierto que el objetivo del criminal era la reina, lo cual convierte este crimen en una conspiración palaciega, típica de las historias de fantasía épica.

En cualquier caso, la magia que describe la autora y los personajes que nos presenta tienen entidad suficiente para convertir Flor de cerezo en un cuento muy disfrutable.

Una desaparición en la familia, de Pau Ferrón Gallegos

En este relato nos encontramos con un detective privado que tiene todas las características típicas de las novelas negras más clásicas: ex-policía, separado del cuerpo sin honores –más bien con deshonor– y, lo que le convierte en alguien especial y fantástico, acosado por tres entidades sanguinarias y vengativas. Especializado en crímenes de familia, nuestro protagonista debe resolver al mismo tiempo un caso mundano y otro sobrenatural, para lo que contará con la ayuda de una atractiva medium.

Este cuento me parece un ejemplo estupendo de cómo conseguir lo que Concha Perea y Jordi Noguera comentan en el prólogo del libro, precisamente al poner como ejemplo la figura del detective privado: «recrear el noir en ese nuevo mundo en vez de limitarse a trasponerlo».

El caso Sotogrande, de Sergio Mullor

Decía al principio que este cuento podría englobarse entre los que abrazan un fantasía más clásica, pero solo por el mundo en que se desarrolla, una decadente república élfica que podría ser un trasunto histórico-fantástico de nuestro país. Lo que resulta menos clásico en literatura fantástica, y hace bastante especial este cuento, es que la investigación criminal se centra sobre un delito financiero de proporciones exorbitantes y con graves consecuencias para el sistema político de la República.

Esta historia está en parte narrada en primera persona por el agente de «Hacienda» que retoma la investigación, unos años después de los hechos, y en parte con capítulos retrospectivos que nos permiten conocer a la elfa que da título al relato –y al caso–. Esta estructura me parece perfecta para captar el interés del lector –a mí me ha absorbido– y también para incluir otra de las características inherentes al género negro de las que menos se habla: pone en relación el crimen con la sociedad en la que se produce, muchas veces pintando un retrato descarnado de la misma y consiguiendo que la frontera entre el bien y el mal quede muy difuminada. Y Sergio Mullor consigue mostrarnos las lacras de nuestra propia sociedad reflejadas en un mundo de fantasía y decimonónico. En mi opinión, uno de los mejores relatos de la antología.

Siete vidas tiene el gato de Schrödinger, de Pepe Carabel

Este es, sin duda, mi relato favorito en Estudio de la penumbra. Y me siento un poco frustrada, porque me gustaría contarte muchas cosas sobre él, pero es de esos cuentos que es preferible leer sin tener ni idea de qué van, y dejarte sorprender. Sí que puedo decir que me ha conquistado este detective privado realmente especial y fantástico que nos habla en primera persona; que me han emocionado algunas de las anécdotas que cuenta; que me ha sorprendido en varias ocasiones con los giros de la trama, me ha hecho aplaudir con las orejas con su inventiva para salir de un apuro aparentemente insalvable y ha conseguido que se me ponga un nudito en la garganta al final.

Es de esos cuentos que resultan redondos en todos los sentidos. Está lleno de sorpresas, sí, pero cuando lo lees por segunda vez, te das cuenta de que todas las pistas estaban ahí, delante de tus narices, solo que no te habías fijado –como en los mejores relatos policiacos–; incluso «historias dentro de la historia» que pueden parecer superfluas resultan no serlo. Por otro lado, el protagonista y narrador tiene un encanto especial, una manera de ver las cosas –y en este caso no me estoy refiriendo a su «particularidad fantástica», sino a su forma de ser– y de contarlas que le convierten en un personaje realmente entrañable, a pesar de que algunas de sus acciones puedan resultar, como mínimo, cuestionables. Vamos, que si hubiese que dar una sola matrícula de honor, este cuento es mi candidato.

En definitiva, en Estudio de la penumbra encontrarás cuatro cuentos de fantasía y uno de fantaciencia, todos muy diferentes entre sí y todos disfrutables, que consiguen mezclar los elementos del género negro con los de nuestros géneros favoritos.

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