El morador: historias anidadas

  • Título: El morador
  • Autora: Daria Pietrzak
  • Editorial: Dilatando Mentes
  • Formato: rústica con solapas
  • Nº de páginas: 295
  • Ilustración de cubierta: Raúl Ruiz
  • Fecha de publicación: febrero 2021
  • Fecha de lectura: marzo 2021
  • Enlace de compra: web de la editorial

Esta es una novela compleja y fácil de leer a la vez. Resulta compleja por su estructura narrativa, pero de lectura muy sencilla y agradable por el interés de la historia que cuenta, por lo bien escrita que está y por la cantidad de elementos clásicos de la literatura de terror y de la cultura popular que se dan cita entre sus páginas. Pero vayamos por partes.

La historia y sus referencias

En El morador, Daria Pietrzak nos cuenta la historia de Lis quien, tras la muerte de su abuela, debe hacerse cargo de la granja que esta poseía a las afueras de Hoverfield, un pueblo pequeño situado en algún lugar no especificado, pero rodeado de bosques y de inviernos muy fríos –aquí los aficionados a la obra de Stephen King quizás vean una primera referencia–. Es la casa donde Lis y su hermano Greg pasaban los veranos de pequeños. Aunque ambos eran absolutamente felices en aquella casa, desde el primer momento el lector va notando ciertos detalles disonantes, cuando no directamente inquietantes.

De esta forma, la historia va girando hacia un terror de tema clásico: una casa encantada o habitada por una presencia sobrenatural, que no se llega a ver claramente, pero que se intuye y produce escalofríos. Este es, quizás, el pivote sobre el que gira toda la novela hasta el punto de darle el título, pero no es el único elemento fantástico. En El morador, además, encontraremos referencias a personajes de la cultura popular del Este de Europa y criaturas malignas nacidas exclusivamente de la imaginación de su autora.

Aunque las casas encantadas y los cuentos y leyendas de Europa oriental sean quizás las notas más evidentes en esta melodía polifónica que es El morador, mientras la leía no podía evitar pensar en otra novela publicada el año pasado y en una película que vi hace muchísimos años y cuyo desenlace ni siquiera recuerdo, aunque sí el miedo que pasé viéndola.

La película es El Ente (Sidney J. Furie, 1982). En esta película, la protagonista es atacada y acosada por un ente invisible, y supuestamente está basada en hechos reales. Parece que a los editores de Dilatando Mentes también se la ha recordado, puesto que la incluyen entre los comentarios finales añadidos al libro, entre otras referencias a películas y novelas que podrían formar parte de las influencias recibidas por la autora y que tendrían su reflejo en la novela.

El libro es El erióforo rojo (Editorial Premium, 2020), de Federico de la Fuente. La conexión entre este y la novela que nos ocupa hoy es el inquietante papel que una cosa aparentemente tan inofensiva como unas simples flores silvestres puede llegar a desempeñar. De hecho, en la imagen que acompaña a esta entrada en la cabecera del blog me he permitido añadir unas inocentes florecillas, como un guiño al contenido de la novela.

Cartel de El Ente
Carel de El Ente

Por otro lado, yo diría que la historia que Daria Pietrzak nos cuenta en este libro es una muy femenina, casi exclusivamente de mujeres. Como comentaré más adelante, en realidad el libro contiene varias historias relacionadas, pero todas excepto una –y un capítulo final que podría funcionar perfectamente a modo de epílogo– están protagonizadas por mujeres y narradas desde el punto de vista de sus protagonistas, ya sea en primera o tercera persona. Las distintas relaciones entre los personajes femeninos, ya sean familiares, de amistad, de simple chafardeo típico de los pueblos pequeños o de solidaridad y ayuda mutua desempeñan un importante papel en todas las historias.

Por el contrario, los hombres que aparecen en El morador tienen papeles secundarios: de maltratadores y desencadenantes últimos de la desgracia, de simples testigos horrorizados, de víctimas colaterales o, incluso, cómplices involuntarios de la maldición. No sé si este carácter femenino de la novela es intencionado o no pero, en cualquier caso, a mí me gusta y creo que al tema le encaja perfectamente.

Así, veremos a una mujer que se condena a sí misma a convivir con una amenaza constante solo para evitarles ese mal trago a otras mujeres; a una madre dispuesta a cualquier cosa con tal de salvar a su hija de un padre y marido maltratador; a una anciana que trata de ayudar a la nieta de su mejor amiga… Y ese «morador» encarna –seguramente esta no sea la palabra más adecuada– el mal, pero un mal muy claramente asociado a una masculinidad tóxica, que se nutre de algo que solo encuentra en las mujeres, sus víctimas predilectas.

La estructura de la narración

Como ya adelantaba antes, El morador tiene una historia central que es la de Lis. Pero, casi la vez que ella lo hace, el lector tendrá que ir retrocediendo cada vez más en el tiempo para encontrar el origen de lo que ahora atormenta a nuestra protagonista.

Así, en los capítulos centrales del libro se nos cuenta la historia de Sylvia, una tímida y discreta muchacha que vivió en la granja antes que los abuelos de Lis. También conoceremos a Marta, una joven de algún país de Europa del Este que es obligada a casarse siendo aún una niña. Y la propia abuela de Lis, Clara, nos contará su experiencia en la granja a través de las páginas de un diario.

Todo este viaje retrospectivo no solo es necesario para conocer la naturaleza de aquello a lo que Lis debe enfrentarse, sino que, de alguna manera, forma parte de su herencia, junto con la granja y su indeseado morador.

Merece la pena destacar cómo el libro comienza de forma casi totalmente inocente, con Lis y su hermano Greg siendo aún unos niños felices en la casa de los abuelos. Y digo «casi» porque, a pesar del ambiente bucólico-campestre del primer capítulo, desde las primeras páginas la autora sabe atraer la atención del lector sobre determinados detalles discordantes: las flores amarillas, la inexplicable aversión del padre de Lis por la granja, ciertas miradas sutiles de la abuela Clara…

Ese tono inquietante, esa sensación incómoda pero sutil, pronto va subiendo de intensidad hasta llegar a cotas verdaderamente macabras y sangrientas en determinados pasajes que, de una u otra forma, el lector sabe cómo van a terminar, pues todas las historias guardan relación entre sí, y algunas se relatan varias veces, desde diferentes puntos de vista. Pero la tensión y el suspense llegan a su punto álgido en el último capítulo dedicado a Lis –y penúltimo de la novela–, donde la historia alcanza un final digno de las mejores novelas de horror.

También es cierto que, como bien señala Santiago G. Soláns en su interesante postfacio, El morador deja muchos cabos sueltos. Aunque las historias están perfectamente entretejidas entre sí para que podamos seguir a sus protagonistas principales, otros secundarios se quedan por el camino y una desearía saber qué fue de ellos. Por si fuera poco, el último capítulo del libro, ese que decía que podría funcionar como epílogo, abre aún otros interrogantes nuevos, y no pocos. Diría que, incluso, puede cambiar el sentido de la historia que creemos haber leído.

En definitiva, El morador es una novela de terror clásico que bebe de las referencias más importantes del género, al mismo tiempo que mezcla otros elementos de la cultura popular de los países del Este de Europa, escrita de forma muy elegante y con una estructura narrativa que anida unas historias dentro de otras. A pesar de tener un final cerrado y perfecto para una novela de horror como es esta, hay bastantes cuestiones que quedan «abiertas». Esto podría estropear la experiencia a determinados lectores, aunque bien podría ser algo intencionado por parte de la autora, para intrigar al lector o para continuar hilando los flecos de esta novela en futuras publicaciones. Ojalá sea así.